PONTEVEDRA
Hórreos, calles ondulantes y cruceros asomados a la ría
En la ría de
Pontevedra, los hórreos se asoman a las tranquilas aguas en la zona de a Chousa
La
ría de Pontevedra, una de las Bajas, está bien guardada por el milagro de las
islas Ons.
Bordeando la costa, la
carretera desciende zigzagueante entre dunas, maizales, pinares y viñedos;
blancas casas marineras, limpias entre el verde de los campos y el de la mar,
con hórreos, remos, redes, mazorcas, limoneros y naranjos en torno.
Van desfilando los poblados: Portonovo, extremo de la tierra de Salnés, antiguo
señorío de don Payo Gómez de Sotomayor; Sangenjo, renombrada villa veraniega con
amplía y espléndida playa y con bellos lugares de sonoros nombres, Nantes,
Lores, Freixeiro, Bordones…; Raxó, encantador e íntimo, próximo a Santa María de
Samieira, a la que llega una bella carretera forestal, que desde Pontevedra pasa
por Castrove y la parte alta de Poyo.
Luego Combarro, cuyas viejas casas marineras, sus empinadas calles, sus cruceiros, sus hórreos y sus barcas son como un bello tópico.
El hórreo se levanta sobre
pilares (al igual que los antiguos palafitos) Combarro fue una donación de la
reina doña Urraca al monasterio de Poyo en el año 1105, del que dependió hasta
la Desamortización.
El pueblo es un modelo de adaptación al medio natural.
Hórreos que se recortan sobre la ría, una bella constante en la villa marinera
Sus casas de piedra se ordenan
en calles ondulantes que siguen la línea de la ría, salvo algunas pequeñas
transversales.
El hórreo es en Combarro un santo y seña. Se proyectan, bellos y avizores, sobre la mar de Pontevedra, como vigías hacia el límite donde parpadea “as illas de Ons, sempre preñadas do mar”.
Porque el hórreo, a su vez, se eleva como perspicaz canto del gallo galaico, abierto sobre el paisaje: el gallo que tantas veces le acompaña cimero, esculpido en fiel granito.
Cruceiro y la casa jurunda
Sobre la lujuria de los verdes
o el oro de los maíces, que circundan el paisaje del bello Combarro, es el
hórreo como un cruceiro, rubricando la rubia limosna de la cosecha, o cual barca
pétrea, recuerdo en la imaginación de aquellas fabulosas de los monjes
irlandeses, anclada en un soñado paraíso, navegante entre la tierra y el mar del
bello Combarro.
De todos modos es el santo y seña de la fidelidad gallega a la tierra y al mar, sobre la que se alza la piedra del esfuerzo de sus hijos y la cruz de la esperanza.
Esa cruz que se eleva en los
hermosos cruceiros que allí abren sus brazos. “Cada cruceiro, como decía
Castelao, es una oración petrificada, a perpetuidad, que se aplica en sufragio
por las almas…, sobre los que Dios de bondad imparte su bendición”.
Y ya, casi a las puertas de Pontevedra, el monasterio de Poyo, poderoso cenobio
benedictino y, tras la Desamortización, convento de mercedarios.
Como los antiguos palafitos los hórreos se levantan sobre pilares
El edificio que hoy vemos es de finales del siglo XVI, con dos torres gemelas.
El convento está ligado a Santa Trahamunda, la encantadora santa de la saudade gallega. Según la leyenda fue traída en barca de piedra hasta la pequeña isla de Tambo, frente a la playa de Lapamán.
El viajero no debe perderse la
salve sabatina en la adiestrada y dulce voz de los novicios.
Gracia y armonía del hórreo
gallego
Como regla
general, puede afirmarse que no hay vivienda campesina gallega sin su
tradicional hórreo. Se trata de un pequeño edificio exento, elevado sobre
pilotes como los antiguos palafitos; cumple la función de granero y almacén de
frutos y es un complemento de la vivienda rural popular. Por su
solución
funcional, carácter, gracia y armonía constituye un elemento de gran interés
arquitectónico y pintoresco.
El hórreo gallego tiene casi siempre forma de paralelepípedo rectángulo (de 5x1,50 m y 2 m de altura, aproximadamente); descansa sobre cuatro, seis u ocho pilotes o fustes, llamados pes dereitos, (pies derechos), de unos 2 metros de altura, con losas a manera de capiteles, generalmente de planta redonda, denominadas rateiras o torna-ratos; estas losas tienen, a veces, forma de seta, con su parte inferior plana o algo cóncava, para evitar que puedan trepar los roedores.
En la zona
oeste del litoral atlántico, con abundantes rocas graníticas y hermosos
castañares, los hórreos se construyen con granito y madera, combinados según las
costumbres locales. Existen tipos totalmente resueltos con piedra; otros mixtos
– piedra y madera – y algunos con madera solamente, a excepción de los pilotes y
sus capiteles, siempre de granito.
La estructura es muy similar en cualquiera de estos tipos; sobre los capiteles apoyan unos elementos de piedra o madera – dinteles o vigas principales – que constituyen una especie de zuncho (grade), sobre el que se levanta la caja del hórreo.
Esta caja se forma con pies derechos (estribos) de piedra o madera, que suelen coincidir en número y situación con los apoyos inferiores. Se coronan a su vez con dos carreras o piezas de estribo laterales (situadas en el sentido de la mayor longitud), en las que descansan los faldones de la cubierta; ésta es a dos aguas, con caballetes también en el sentido de la mayor longitud.
Se cubre
con tejas curvas y con haces de paja de heno o juncos (molime) entretejidos con
varas de castaño o abedul (vincos).
Los frentes de hastiales (penales) se coronan, en los de piedra, con una losa
triangular (pincho do penal), sobre la que descansan los elementos de piedra o
madera que forman el borde del alero; se rematan con algún adorno, generalmente
una cruz de piedra, hierro forjado o madera.
Entre los estribos se disponen paneles de piedras o madera de roble con aberturas, estudiados de forma que no dejen penetrar la lluvia y, al mismo tiempo, faciliten la circulación del aire para el secado de los productos almacenados en el hórreo. En los más sencillos se entretejen ramas de roble, abedul o sauce; estos hórreos, de forma cilíndrica – de canasto -, se llaman cabazos o cabaceiros; nombre que se da también, por extensión, a los de paredes de ramas entretejidas, aunque adopten otra forma. La cubierta es de paja larga.
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