EL PALMAR

 

(VALENCIA)

 

 

VISTA DE EL PALMAR

 

 

Poblado lacustre, simple amontonamiento de fango y carrizo en otros tiempos, es hoy predio feraz de la tesonera laboriosidad del valenciano.

Se puede venir a El Palmar por carretera, pero es más aconsejable hacerlo en barca.

De este modo se llega al poblado lacustre como se arribaba no hace mucho más de cincuenta años, cuando todavía no había camino sobre las aguas.

El Palmar es como un compendio de la Albufera y no se debe llegar a él sin conocer a la vez las bellezas del estuario. Es preferible hacer coincidir la excursión con la caída de la tarde.
 

Tomemos una de esas ligeras, chatas y negras embarcaciones, abundantes en los poblados de la orilla. La barca se desliza silenciosa, pausada, suavemente, hendiendo aquí algas y limos, rozando allá tallos flotantes. A veces, turbamos el reposo de las aves acuáticas, que alzan el vuelo con aletear parsimonioso.
 

Hemos llegado así al centro de la laguna, al lluent (luciente, reluciente), al punto espejeante donde se diría que el sol poniente incendia los cristales infinitos de la serena superficie.

Vale la pena el espectáculo. Lo cantaron en su día los poetas árabes; lo cantó, en 1599, Gaspar Aguilar; lo cantó asimismo el romántico Querol.

 

 

 

 

al borde de la albufera encontramos también el verde jugoso de los naranjos

 

Vemos, en la costa oriental, la mata del Fang y otras mates – islotes medio sumergidos – con sus cañaverales y, más allá las dunas de la Dehesa y sus frondas exuberantes ocultándonos el mar, tan próximo; del lado occidental, se divisan Catarroja, Silla, Sollana; al norte, Valencia; por el sur, el promontorio de Cullera; más al fondo, las Agujas de Alcira; cierra el horizonte meridional del Montgó.
 

Pusieron nombre a la Albufera los árabes; Al-Buhaira significa mar chica. Antiguamente era un auténtico mar interior. En el siglo XVIII cubría unas 30.000 hectáreas. Hoy, no pasan de 3.000; el arrozal ha ido robando espacio al lago. Jaime I la asignó al patrimonio real y adscritas permaneció hasta la última centuria.
 

Salvo dos excepciones; Carlos IV la donó – fraudulentamente – a Godoy, y otro tanto hizo Napoleón a beneficio del mariscal Suchet, premiándole con el ducado de la Albufera. Recuperada por la corona, pasó en 1865 al Estado; el Ayuntamiento valenciano la adquirió en 1927 por un millón de pesetas.
 

En otros tiempos, la pesca del lago competía con la marítima en el mercado de Valencia. Pero aún más abundante y apreciada era la caza – hoy amenazada de extinción por los múltiples vertidos contaminantes del entorno -, sobre todo la de fúlicas o fotges y la de ánades reales o coll-verds.
 

Ya estamos en El Palmar. A finales del pasado siglo era islote salvaje, amontonamiento de fango y carrizo donde se hundían las barracas de pared de adobe y techo vegetal, albergue de humildes pescadores que extraían su parvo sustento de las aguas del lago, padeciendo el flagelo de las temibles tercianas.

El panorama ha cambiado desde que en 1931 el poblado se unió a tierra firme por una carretera.
 

La visita será breve. El Portet, puertecillo o embarcadero, es tan pintoresco como otro de los alrededores. Las casas, policromas, iguales a las de otros poblados. Las calles rectas y bien trazadas. Queda alguna barraca enjalbegada y deslumbrante.

 

 

subsiste aún la barraca enjalbegada, deslumbrante como un incendio blanco

 

No nos iremos sin regalarnos el paladar con el all-i-pebre o con unas anguilas al ast. Se recomienda una copa de ajenjo o de aguardiente.
 

Volveremos caída la noche, cuando la oscuridad se puebla con las estrellas en lo alto. Es entonces el lluent más lluent que antes; negro espejo de bruñido estaño, que refleja una luna cabrilleante. Duermen las aves acuáticas y croan, quizá las ranas. Al llegar a casa, tal vez abramos Cañas y barro para leer la bronca prosa de Blasco Ibáñez, que tan bien supo captar el ambiente de El Palmar de principios de siglo.
Eso nos permitirá comparar el ayer con el presente.

LA BARRACA: VIVIENDA DE HUERTANOS Y PESCADORES

La feraz huerta valenciana, que se extiende a lo largo de la costa, desde Carcagente hasta Sagunto, tiene zonas, como La Albufera, de características muy acusadas. La vivienda rural es la barraca, y en ella podemos distinguir los siguientes tipos; la barraca de huertanos, en la huerta propiamente dicha; la de pescadores, en la playa, y en La Albufera las dos modalidades.
El clima de Valencia y la fertilidad de sus tierras permiten varias cosechas al año, con un sistema de explotación intensiva que precisa una constante atención. Este es el motivo de que el huertano construya su vivienda al pie de su parcela, empleando, casi únicamente, con sentido de la máxima economía, los materiales que brinda la naturaleza; cañas, barro, juncos y carrizos.
La barraca de la huerta responde a un tipo muy definido, que apenas ha sufrido variación con el paso del tiempo. Es de planta rectangular, de unos 9 x 5,50 m y cubierta a dos aguas con caballete perpendicular a la fachada, casi siempre orientada al mediodía, que está en uno de los lados menores.
La distribución es siempre parecida, una puerta, situada a un lado de la fachada de acceso a un amplio paso que recorre toda la longitud de la barraca y termina con otra puerta en la fachada opuesta, para facilitar la circulación del aire. Este corredor sirve de cocina, estancia y almacén de aperos.
En la otra crujía se distribuyen los dormitorios, generalmente tres. Al desván o andana, que antiguamente se destinaba a la cría de gusanos de seda, se sube por una escalera de mano.
La construcción se efectúa del modo siguiente; la zanja para los cimientos, de 40 cm de anchura, se rellena con adobes y, si se tienen a mano, con cascotes. Las paredes, de unos 2,50 m de altura, se hacen de adobes, llamados gasons, que se colocan en asta entera o en media asta, según la economía que se persiga.
Estas paredes se coronan con un tablón de plano (cardosa), al que se clavan los pares de la cubierta de parhilera, separados de 1 a 2 m. los tirantes se empalman sobre el tabique central. Sobre los pares (costelles) se clavan los cañizos que forman el faldón, a los que se sujetan, desde el alero hasta la cumbrera, los haces de paja o de juncos con que se teje la cubierta (polsera). Sobre los tirantes se disponen unos cañizos para formar el cielo raso horizontal, suelo de la andana, sobre el que se circula mediante unos pasos de tablas (costers).
El cerramiento de la fachada más corta, que forma el piñón (penal), se construye con tres pies derechos ligeros de madera, el central apea la cumbrera y los otros dos el primer par de la fachada, y cañizos revestidos con barro; en el triángulo superior se dejan unas pequeñas ventanas o ranuras para ventilar la andana.
La cubierta avanza sobre la fachada del hastial, reforzándose los bordes con paja más fina trenzada en forma de cilindro. La cumbrera se remata con una cruz de madera en cada extremo. De este remate en cruz se ha escrito que, en el siglo XVI, pregonaba la calidad de cristianos viejos de los moradores de la barraca, frente a las habitadas por moriscos. Pero no hay pruebas suficientes para mantener esta teoría y, al parecer, se trata simplemente de un símbolo piadoso.
Complemento de la barraca es el emparrado que sombrea la fachada.

 

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