(SALAMANCA)
VISTA DE LA ALBERCA, PLAZA MAYOR
Prodigiosa manifestación del
genio arquitectónico popular
Al
sur de la provincia de Salamanca, en la vertiente septentrional de la sierra de
Francia y enmarcada en un agreste
paisaje montaraz,
se encuentra uno de los pueblos más bellos y
sugerentes que quepa imaginar y con una personalidad
absolutamente inconfundible:
La Alberca.
En un tiempo también se llamó Valdelaguna.
Un albercano, José María Requejo, asegura que hay dos paisajes en La Alberca;
uno helado, de invierno, y otro suavísimo, de verano, en el que a la villa “la
ocultan mil verdes apretados; el verde sucio de robledo, el brillante verde de
los castaños, el verde materno de la noguera, los diminutos verdes de perales y
manzanos, el verde bajo del brezo y del pinar naciente, el pobre verde del
patatal, el verde pegajoso de los fréjoles”.
Las calles quedan resguardadas, tanto del sol como de la lluvia, por el volado de las plantas y los pronunciados aleros. El elemento de relleno de la estructura entramada duele ser de adobe o de cascajo protegido por un revestimiento de tablazón o con algún tipo de revoco.
Toda esta comarca fue repoblada, en tiempo de Alfonso VI, por los francos que vinieron acompañando a Raimundo de Borgoña, yerno de aquel monarca.
De ahí las numerosas huellas
de su paso en nombres de pueblos, ríos, accidentes geográficos, de la que es
buena muestra la propia sierra de Francia.
Los albercanos pues cuentan a los francos entre sus ascendientes.
La Alberca apenas conserva monumentos de tiempos pasados; toda ella es un
monumento, una auténtica manifestación espontánea de arquitectura popular (esa
arquitectura sin arquitecto mediante la que se manifiesta la honda sabiduría y
sentido estético del pueblo), que presenta mil facetas diferentes en cada calle,
plaza, casa o rincón. Calles, por lo general serpenteantes y angostas, en las
que los volados aleros de los tejados y las prominentes solanas no dejan ver más
que a retazos el azul del cielo.
Estratégicamente situada la ermita de San Blas
Calles de nombres tan poéticos como Llanito, Espeñitas, La Sierpe, Cañá, Juegapardos, El Chorrito, Barrionuevo, Prados, Barrera, El Pedregal, Petalla, La Amargura, El Campito, Mural del Castillo (único resto que subsiste de la desaparecida fortaleza), Esquina del Tornero, Rincón del Conventino, Del tablado, La Balsada…
En su entramado se intercalan, como nudos, pintorescas placitas (la del Castillo, la del Barrionuevo, la del Solano Bajero, la del Solano Cimero, etc.), en cada una de las cuales se yergue una cruz o brota una fuente, lo que no ha de extrañar en un pueblo rico en aguas y cuyos topónimos _el de antes y el de ahora _están relacionados con el agua (con la del Pilarito se reponían las parturientas, la de las Espeñitas dicen que es buena para los ojos y la del Indiano para los estómagos delicados).
La Plaza Mayor, está presidida por un crucero de granito, orientado al sur
Pero sobre todas estas plazas
señorea la Plaza por antonomasia _presidida por el Ayuntamiento _amplia y
cuadrada, cercada de soportales de esbeltas columnas con labrados
capiteles
y zapatas, que sostienen otras dos plantas con solanas corridas; a un lado, un
arrogante crucero sobre graderío y, al pie del mismo, una fuente de dos caños y
pilón rectangular.
Las casas, generalmente, disponen de dos portones irregulares; uno ancho o
vallipuerta, para el ganado, y otro estrecho para sus amos. Sobre sus dinteles
no es raro encontrar la fecha de su construcción, que en algunos casos se
remonta hasta el siglo XVII, y, en otras ocasiones, advocaciones marianas,
cruces y hasta las armas pontificias o las de la Inquisición.
Esta incomparable escenografía es el marco más idóneo para una serie de
costumbres, usos y fiestas, a la vez arcaicos, bellísimos y sugerentes,
conservados inmutables durante siglos, como si el tiempo aquí no contara.
soportales de la plaza
Empezando por los
maravillosos trajes, tanto varoniles como femeninos, que hace dos generaciones
eran aún de uso diario y hoy sólo se utilizan en fiestas y solemnidades
sociales.
El de ellos, a medio camino
entre uniforme de un húsar y el del alcalde de Zalamea, con profusión de plata
labrada; los de ellas pues cuentan hasta con cinco diferentes, son mareantes por
su riqueza y barroquismo y haría falta todo un tratado para describirlos; el de
Vistas, quizá el más hermoso y rico de España, el Ventioseno o de luto, la
Mantilla, el Zagalejo o de baile y el Serrano. Contemplan el atuendo
innumerables joyas de oro, plata o coral de delicadísima y original labra.
Las ancestrales y pintorescas
costumbres albercanas acompañan a los naturales de este pueblo desde la cuna a
la tumba, así los dijes que le cuelgan al recién nacido, a modo de amuletos
protectores contra diversidad de males, como el ceremonial, casi egipcio, con
que se le acompaña hasta su última morada (las campanas doblan; ocho golpes si
es mujer y nueve si es hombre).
Porque
el albercano siempre ha sentido gran respeto y preocupación por la muerte y los
muertos.
Ahí están para testimoniarlo instituciones tan pintorescas como el animero o la
moza de ánimas, que recorre cada anochecer las calles a golpe de campanilla,
pidiendo una oración para las ánimas benditas del Purgatorio.
También La Alberca es única en sus fiestas en abril, después de Pascua, el llamado Lunes de Aguas o Día del Trago, donde por la tarde el Ayuntamiento obsequia a los concurrentes con tragos de vino en vasos de plata (barquillos), servidos de un ánfora de cobre (galleta) por seis escancianos.
En agosto, por la Asunción, el Ofertorio a la Virgen y al día siguiente la Loa, mezcla de pregón y auto sacramental.
El Ofertorio u ofrenda la efectúan los mayordomos y el pueblo en la plaza Mayor; la Loa se representa frente al atrio de la iglesia parroquial, sólida edificación del siglo XVIII.
osario junto a la iglesia
LA
CASA ALBERCANA
A lo largo de toda
la cordillera central se encuentra la casa tradicional castellana con unas
características propias; empleo de piedra en las plantas bajas y estructuras de
madera en los pisos superiores, incluso en los
muros
de las fachadas. A los efectos de la arquitectura popular, esta región puede
dividirse, con ligeras diferencias comarcales, en cuatro zonas; la primera al
oeste, corresponde a las sierras de Gata y de
Francia, en los límites entre Salamanca y Cáceres.
Los ejemplares de
arquitectura más característica se hallan en la vertiente norte, que desciende a
la cuenca del Duero. La segunda, en la vertiente sur, que desagua en el Tajo,
comprende la Vera de Plasencia y el valle del Tiétar. La tercera zona es la
segoviana, hasta la tierra de Ayllón, y la cuarta, la soriano-burgalesa, que
llega hasta el Pico de Urbión, en la vertiente sur de la sierra de la Demanda,
adentrándose algo en la tierra de Cameros.
En la comarca de
las sierras de Francia y de Gata, donde está enclavada La Alberca, los muros se
construyen con mampuesto de granito; las piedras mayores con algunas caras
labradas se reservan para los esquinazos, y para los dinteles y embocaduras se
utiliza sillería de labra fina. Son frecuentes los soportales en calles y
plazas, con pilares de granito y columnas (aprovechadas de anteriores
edificios); esta irregularidad otorga un especial encanto al conjunto. Sobre los
ábacos que coronan las columnas apoyan carreras de madera, en las que descansan
los envigados – hechos con rollizos de pino o con vigas toscamente encuadradas
-, cuyas cabezas, labradas como canecillos de perfiles de influencia mudéjar,
vuelan sobre la fachada.
En el borde de
estos vuelos apoyan nuevas soleras que reciben el entramado de madera de la
fachada del piso
superior, formado con elementos verticales muy próximos, cuyos espacios se
rellenan con piedras y cascotes. Sobre ellos vuelve a colocarse otra carrera en
la que apoya el envigado del nuevo piso, también saliente. Al llegar a la
cubierta, la suma de estos vuelos hace que, en las calles estrechas, casi
lleguen a tocarse los aleros de las casas fronteras, por lo que estas calles, de
por si tortuosas, son algo sombrías. Estos voladizos reiterados imprimen un
carácter peculiar a la arquitectura popular de Las Batuecas y La Alberca.
La casa tiene generalmente tres plantas; la baja, destinada a dependencias relacionadas con la ganadería y otros usos familiares. Si la ocupación familiar es la tradicional fabricación casera de embutidos – los afamados chorizos -, el fondo de la planta baja se reserva para la matanza y la preparación de la chacina. En estos casos, la cocina, centro de la vida familiar, está en la segunda planta, y tiene un techo calado que permite el paso del humo necesario para el curado de los embutidos, operación que se lleva a cabo en locales cerrados de la tercera planta, que son invadidos por este humo sin salida directa al exterior. Tal es la razón de que en estos pueblos escaseen las chimeneas.
vista aérea de la alberca
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