(VALLADOLID)
la calle mayor, principal arteria de la ciudad de los almirantes, está flanqueada en su totalidad por soportales
Navío varado en la
inmensidad de la Tierra de Campos
En
medio de la infinita planicie de Tierra de Campos, en la que sus enormes templos
semejan navíos varados, Medina de Rioseco, a orillas del río Sequillo, que se ha
incorporado a su topónimo, fue la ciudad de los Almirantes de Castilla, los
Enríquez, durante los siglos XVI y XVII.
De dicha época han llegado
hasta nosotros innúmeros testimonios artísticos y monumentales de esta “India
Chica”, como son las iglesias de Santa María de Mediavilla, Santiago Apóstol y
el convento de San Francisco.
Se entra en la ciudad por el solar del antiguo castillo y se desemboca a poco en la amplia plaza Mayor, bien cuidada y urbanizada, en la que conviven edificaciones antiguas con otras modernas, como el Ayuntamiento, en el que se han aprovechado acertadamente elementos del claustro de San Francisco.
De la plaza arranca la larguísima Rúa Mayor, con sus característicos porches corridos, escenario, junto a otras sabrosas calles de Rioseco, de las emotivas procesiones de Semana Santa.
En esos días se hace gran
consumo del típico “pan de anís” de formas barrocas y brillo acaramelado.
De origen romano, en la calzada de Astúrica (Astorga) a Caesaraugusta, Medina fue reconquistada por Alfonso I y repoblada por Alfonso III.
Mientras que un privilegio
de Alfonso X fija su término municipal, Juan I le da escudo y Juan II la cede a
don Alonso Enríquez, gran almirante de Castilla en este océano de mieses.
Fama tuvieron sus ferias y
mercados, concedidos por los Reyes Católicos, que permitieron a la ciudad
alcanzar más de veinte mil habitantes.
puerta de ajújar, vestigios que quedan del recinto amurallado
Con tales antecedentes no es de extrañar el cúmulo extraordinario de tesoros artísticos que ennoblece la villa.
Se repiten una y otra vez los nombres como los de Juan de Juni, Bolduque, Esteban Jordán, Antonio de Arfe, Rodrigo Gil de Hontañón, Joaquín de Churriguera y otros muchos artífices ilustres.
Como muestra citemos una de
las joyas máximas de Rioseco; la capilla de los Benavente, en la parroquia de
Santa María de Mediavilla.
Nada queda del castillo de
los almirantes, pero el recinto murado se conservan aún las puertas de Zamora
(siglo XVII), la de San Sebastián (siglo XVI), junto a la que manan los potentes
caños de una hermosa fuente o pilar renacentistas, y la de Ajújar (fines del XII),
cuya dorada caliza sirve de marco a la torre de Santa María.
EL ENCANTO DE LOS SOPORTALES
El soportal es un elemento
constante en nuestra arquitectura, desde las realizaciones de creación popular
hasta las de planificación previa. Castilla brinda múltiples ejemplos de
edificaciones que, realizadas de forma individual y espontánea, dan lugar, como
en el caso de Medina de Rioseco, a logros de singular encanto.
Independientemente del sistema constructivo empleado, la casa con soportales
retranquea el cerramiento de la planta baja, por lo que el piso superior carga
sobre la línea de pies derechos de madera o columnas de piedra de los
soportales; esta solución exige preferentemente una construcción de entramado de
madera, más liviana y adaptable a formas variadas. Aparece pues un espacio
cubierto, pero abierto al exterior, marcando una transición entre lo público y
lo privado, la calle y la vivienda, con una peculiar conexión y articulación.
En los soportales debemos
considerar dos aspectos; desde el punto de vista plástico definen el trazado
urbano popular de la calle o plaza con juegos de vanos y macizos, luces y
sombras de gran calidad estética; desde el lado práctico, ofrecen una zona
resguardada de la lluvia y rigores climáticos que, con sentido central o
direccional, se convierte en paso obligado, tránsito cotidiano y lugar de
encuentros.
Las casas de estos conjuntos surgieron de la iniciativa espontánea y aislada de
cada propietario, pero todos ellos actuaron guiados por una misma forma de
trabajo, conocimientos y materiales comunes, que dan cohesión a preferencias
dispares. Se entiende así que, pese a la serie de irregularidades (diferentes
longitudes de fachada, mayores o menores alturas de soportales y cornisas,
diversidad de huecos, etc), quedan entonadas perfectamente.
La altura media de estas construcciones es de tres plantas; la baja con el
soportal para accesos, portal y piezas auxiliares; la primera, para la vivienda
en sí, y la superior como desván, si bien, en ocasiones, la parte vividera se
organiza en dos plantas. Otras veces, cuando la economía familiar se basa en el
comercio, la tienda se ubica en la planta baja y entonces el soportal brinda el
marco idóneo para exposición o transacciones; cuando se reúnen una serie de
tiendas convierten los soportales en un acogedor mercado.
El acabado exterior de las fachadas sobre la línea de soportales es muy variado
y predominan los paños de estructura entramada, aparente u oculta bajo revocos,
que culminan con aleros de vigas voladas o canecillos, perpendiculares al
cerramiento, con entablado sobre los mismos y cubierta de teja curva.
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