(SANTANDER)
vista aérea de santillana del mar, en el centro la colegiata
Museo vivo de
piedra, suspendido en el tiempo
Un personaje de la novela La nausée. De Jean Paul Sartre, afirma que Santillana
es “le plus joli village de l’Espagne” (el más bello pueblo de España).
Con ello no
hace más que abundar en un tópico, repetido hasta la saciedad por todos los
españoles. Incluso podríamos decir con orgullo que es uno de los pueblos más
hermosos de Europa.
Aquí, el tiempo se ha remansado, Santillana, como muy bien la ha visto Emilio Lafuente Ferrari, “continúa viviendo la vida del pasado y es el lugar maravilloso donde podemos realizar la más tremenda hazaña que es dable a los humanos; salir del tiempo…
escudos de la nobleza de santillana del mar
La vida sana de una villa rural montañesa continúa incólume, con el ritmo propio de la economía de los viejos tiempos; carros de labranza, bueyes que mugen, zuecos que resuenan sobre las losas.
Esta bella durmiente quedó para siempre unida a la literatura por la fama del marqués poeta que lleva en su título el nombre de la villa, y por la peregrina Histoire de Gil Blas de Santillane, del francés Alain René Lesage.
La
impronta romántica de la villa impresionaría a una legión de poetas y
escritores; Amós de Escalante, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Miguel
de Unamuno, Gerardo Diego, José Hierro… Pero fue Ricardo León quien escribió la
novela de Santillana; Casta de Hidalgos, donde intenta que la villa, “libro
magnífico de piedra”, nos revele “los graves secretos de la eternidad”.
Tan ilustre
villa se sitúa al sudoeste de Suances y al noroeste de Torrelavega, a sólo 3
kilómetros, en línea recta, del Cantábrico, en un marco verde y ondulado,
típicamente montañés.
fachada principal de la colegiata rematada por una galería de quince arcos
en primer término un abrevadero cubierto
En las
entrañas de una de estas colinas, apenas dos kilómetros al sur de Santillana, se
abre la celebérrima cueva de Altamira, llamada con toda justeza “Capilla
Sixtina” del arte cuaternario, en la que se hunden las raíces remotísimas de la
vocación artística de Santillana. Muchos siglos después debió existir por estos
mismos parajes
un asentamiento romano, como prueban los abundantes restos de cerámica que han
aparecido.
Pero el antecedente directo de la villa actual fue un monasterio dedicado actual fue un monasterio dedicado a Santa Juliana, levantado entre los siglos VIII y IX, al iniciarse la repoblación de estas tierras; además de albergar y dar culto a los restos mortales de esta santa, natural de Bitinia, el monasterio sirvió de núcleo repoblador, según la costumbre de la época.
El nombre
primitivo de villa de Planes cedió paso al de Sancta Juliana, Sancta Illana,
Santayllana y Santillana.
claustro de la colegiata
Nada queda del primitivo cenobio, pues el actual, por el que fue reemplazado, se edificó entre los siglos XI y XII, cuando la villa era ya capital de las llamadas Asturias orientales o Asturias de Santillana, en el condado de Castilla.
en la plaza de ramón pelayo se alza la torre de los borja, con dos escudos del linaje de los barreda
a la torre se le agregó la casa señorial que se ve a la derecha
En el siglo
XII, el monasterio se convierte en colegiata, y a los condes suceden los reyes
castellanos en su decidida
protección
a la iglesia, cuyo abad era señor de la villa, por encima del merino que
representaba la autoridad real.
En el siglo
XV, Juan II concede el marquesado de Santillana a don Iñigo López de Mendoza, el
célebre autor de las serranillas, hijo de doña Leonor de la Vega.
Del linaje de la Vega descienden los cuatro más antiguos de esta villa solariega; Velarde, Polanco, Barreda y Villa.
casa de la archiduquesa donde se ven los escudos nobiliarios de las principales familias
El mayor
atractivo de la Santillana actual reside en que su evolución natural parece
haberse detenido en siglos pasados, pero, en lugar de convertirse en un museo
inerte, sigue viva.
La condesa de Pardo Bazán lo explicaba así; “La costumbre y el instinto, tal vez la misma decadencia de la villa, hicieron aquí lo que en Nuremberg la reflexión y la voluntad; que se respetasen las construcciones antiguas y se evitase la invasión de las modernas.
Así no perdió
Santillana su encantadora fisonomía arcaica”.
calle de juan infante
El casco urbano está estructurado como una Y, cuyos dos brazos superiores desembocan en sendas plazas; la de la Colegiata, centro del poder eclesiástico, y la de Ramón Pelayo, en la que la torre del Merino (siglo XV) simboliza el poder real.
El brazo inferior se inicia en el cruce de Barreda y está flanqueado por el palacio de Peredo-Barreda o del marqués de Benamejí, casa de fines del XV (dotada de una importante biblioteca formada el pasado siglo por don Blas María de Barreda, escritor e investigador de los linajes santillanenses), y la casa de los Alonso, y, frente a ellas, la casa de los Villa (siglo XVIII).
El brazo
derecho recibe sucesivamente los nombres de calle de Santo Domingo, de la
Carrera, del Cantón y del
Río
y se suceden las casas de los Barreda y de Peredo, de Gómez – Estrada, de la
Cueva y de Bustamante, de los Velarde (siglo XV), de los Valdivieso (siglo XVIII),
hoy convertida en hotel, la torre de Jesús Otero, la casa de doña Leonor de la
Vega (siglo XV), la de los Hombrones, con monumental blasón barroco sostenido
por dos descomunales figuras de guerrero, en las que el vulgo ha basado este
sobrenombre, y las casonas de Cossío y de Quevedo (siglo XVIII); frente a estas
últimas, ya junto a la colegiata, la del Abad o de la Archiduquesa Margarita de
Austria (del XVIII).
casona de los tagle
La colegiata
es el mejor ejemplar románico (siglos XI y XII) de la provincia de Santander,
con un excepcional claustro del mismo estilo, y toda ella compendio del mayor
arte.
Finalmente,
el ramal de la izquierda o calle de Juan Infante conduce a la citada plaza de
Ramón Pelayo, rodeada por una sucesión ininterrumpida de evocadoras
construcciones; el Ayuntamiento y la vieja cárcel, cuajados de flores; la torre
de don Borja (siglo XV), con bello patio renacentista; la mencionada torre del
Merino, también llamada la torrona –que vio cegados los vanos de su almenaje al
ser protegida por un tejado-, y la casona de los Barreda-Bracho, hoy Parador
Nacional.
Otras
muestras de arquitectura religiosa, ya en las afueras, son el monasterio de
Regina Coeli, fundación dominica del XVI, hoy museo diocesano, y el convento de
monjas dominicas de San Ildefonso.
Siempre es conveniente, para tener una idea más exacta de un núcleo urbano, contemplarlo a vista de pájaro.
En Santillana se puede subir a la colina –El Cincho- que hay tras la colegiata.
Desde allí se contempla el prodigio de esta villa suspendida en el tiempo y, muy cerca, el mar de Castilla, con las playas de Suances y de Ubiarco, y el valle de Reocín, feliz entorno de la privilegiada Santillana.
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